La mayoría de nosotros pudiéramos tener varios recuerdos personales memorables de Semanas Santas pasadas. Puede que sean de nuestra propia tradición familiar cuando visitábamos varias iglesias locales el Jueves Santo al atardecer para orar en sus santuarios eucarísticos, de las canastas especiales de comida que se preparaban repletas con muchas de las delicias a las que renunciamos durante la Cuaresma para ser bendecidas el Sábado Santo por la mañana, o tal vez de cuando servíamos como monaguillos en algunas de las liturgias complejas que sólo se llevaban a cabo durante esa semana del año eclesiástico.

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